El país de Nunca Jamás
Aquí uno sale a la calle todos los días esperando que algo le pase. Y claro, llegas a casa con la mochila llena. Y es que en China se vive de otra manera y no te das cuenta hasta que llevas un buen tiempo rondando por esta parte del mapa. De repente un día piensas que ya no quieres volver más, que la vida que tienes aquí es mejor que la que podrías estar llevando en tu país. Y al momento, se te quitan estas tonterías y sabes que no podrías vivir tan a gusto como tomando unas gambas al ajillo en el bar de la esquina, aunque la ración cueste quince euros. Mejor te saben. Y coño, que tu familia y tus amigos de siempre te esperan con los brazos abiertos. Y eso es un factor importante. Que siempre hay un quién y un dónde por que volver.
Pero amigos, es que vivir de emigrante tiene tantas ventajas... aquí si uno se lo propone, puede conseguir las cosas que quiere. Y no sé por qué, pero la cuestión es que se pueden conseguir. Es como si de repente te dieran carta blanca para todo y tú coges y te aprovechas de ello. ¿Que no te has comido un colín en tu vida? No importa, vente a China y se te tirarán a tus brazos. ¿Que no puedes conducir porque no tienes carné? Tampoco importa, aquí es simple papeleo y además si no te lo sacas, tampoco te lo van a pedir en cuanto te vean la cara de occidental que tienes. ¿Que siempre quisiste pinchar tu música en un bareto? Nada, aquí encuentras locales donde no les importa que enchufes tu reproductor de música mientras les llenes el bar. ¿Que estás hasta el gorro de que no te dejen fumarte el cigarrito de después de comer en el restaurante que tienes abajo de la oficina? Vente a China y verás que uno puede fumar en todas partes. Alguien me dijo que hasta en los ascensores y en los hospitales. Aunque haya un cartel enorme que lo prohíba. Nadie te pedirá que lo respetes.
Y claro, te pasan historias que no te pasarían en tu país. Como ésta.
Al llegar el viernes pasado a Chengdu, me monté en un taxi en el aeropuerto. Una pareja de chinos ya se encontraba en la parte trasera del coche. Les miré y sonreí. Acostumbrada a que aquí pasen cosas sin sentido, ni pregunté que hacían en mi taxi, uno que ya había apalabrado con la chica de la agencia que me cazó en la salida de equipajes. Así que me monté delante tranquilamente.
Por la conversación que tenía el taxista con la pareja, éstos andaban a la búsqueda de un hotel cerca de la estación de autobuses. Así que primero fue a llevarles a ellos. Durante el camino, el conductor me hizo las preguntas típicas de taxistas: qué de dónde era (oh! España, toros, toros..), que qué hacía en China, que si me gustaba el país, que cuántos años tenía...
Cuando bajó del taxi para sacar los bultos del maletero, me dijo que esperara mientras les cobraba a la pareja. Y yo sin pensar lo que hablaba, le dije que a partir de ese momento conducía yo. El taxista me miró, sonrió y me invitó a salir del taxi y cambiar de asiento. Y me puse al volante. El chino se sentó en el asiento del copiloto y me indicó por donde ir hacia mi hostal. Menudas risas nos echamos. Hasta que ya me dijo que en la siguiente avenida tenía que devolverle el taxi por miedo a encontrarnos a la policía. Así que paré en el semáforo y salimos corriendo del taxi para cambiarnos el sitio de nuevo. Seguimos riendo, sobre todo al ver la cara de los demás conductores que también estaban parados en nuestro semáforo.
9 comentarios
ines -
Santi -
Xelo -
Besos
Xelo
iurgi -
Qalamana -
hnh -
Es difícil decidirse donde vivir, yo aún estoy con la duda. Un abrazo.
ana -
Stefanie -
Isa -