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365 Days at Peking

Pensamientos sobre dos ruedas

Pensamientos sobre dos ruedas

Volvía a lomos de mi corcel oxidado y aquel día no hacía nada de frío, porque el verano había hecho entrada así sin esperarlo, como cuando suceden esas cosas que uno nunca piensa que lleguen tan pronto. Pero no era eso en lo que me entretenía mientras pedaleaba, porque el ruido de la cadena de mi bicicleta cada vez se hacía más evidente. O quizás era un ruido que yo pensaba que era la cadena. ¿Quién no me decía que podrían ser los radios de la rueda trasera, o cualquier otra cosa que nunca llegaría a ver, porque siempre estaría pedaleando camino de alguna parte?

 

Y me preguntaba cuando había comenzado el maldito chirrido que enturbiaba mis pensamientos y en el tiempo que duraría así el biciclo hasta que terminara por romperse del todo. Aunque tampoco descartaba la posibilidad de que nunca llegase a ocurrir tal desgracia, porque en el fondo, siempre había sido una empedernida positivista ¿o era una positivista empedernida?

 

Al llegar a este punto, de inmediato se esfumaron estos pensamientos y empecé a divagar sobre todas las cosas que se descubren cuando la curiosidad nos lleva a ojear más allá de la tapia de nuestro jardín. Y mientras intentaba recrear en un momento posterior aquel mi paseo sobre dos ruedas, me acordé de las cosas que había aprendido en la escuela de niña y de los bucles que nos decían que podíamos hacer con el lenguaje, y me centré en lo que realmente quería excribir: que si alguien nos pone una raqueta en la mano, esperamos que nos dé tambien la pelota.

 

Sin embargo, en algún momento, por alguna extraña razón, un día solo nos dan la paleta y absurdamente nos obligan a jugar. Y entonces miramos de reojo intentando encontrar esa mirada cómplice, de esas que dicen que cómo vas a jugar sin pelota. Y cómo no se ven atisbos de que esa pelota vaya a llegar, el nerviosismo del partido se esfuma. Y empezamos a pensar en otras cosas. Y al cabo de un tiempo uno olvida que tenía que jugar al tenis. Y sin darnos cuenta, de repente uno suelta la raqueta y se va a su casa a entretenerse en otros menesteres. Así, sin haber vivido la tensión del encuentro y con la incertidumbre de cómo habría resultado el partido. Pero con la certeza de que al menos así nos habíamos ahorrado la potencialidad de una derrota.

1 comentario

harker -

ei, mali. Qué bonito tu texto y la foto con Fernando. Yo estuve con él en Tokio hace 10 días. Lo pasamos genial. Qué grande es una vieja amistad.

cuídate, guapa